
Una madrugada despertó. Tardó en reconocerse : era una gota de agua, entre tantas otras. Su instinto le hizo apreciar que se encontraba en un río. Comenzó a sentir miedo, mucho miedo. Miedo a hundirse, miedo a evaporarse, miedo a desaparecer. Pero, ¿cómo sobrevivir? La última vez nadie le había enseñado a nadar, ni a volar, ni a esconderse. La corriente la precipitó de forma inesperada hacia adelante, siempre hacia adelante... ¡no había marcha atrás! Recibió una fuerte sacudida y de pronto... el abismo... cayendo, cayendo... La parada fue brusca, dolorosa. Notó que se rompía... y llegó el mareo. Esta vez, al despertar la sensación era diferente: calma e inmensidad. De nuevo estaba perdida, ahora en un inmenso mar. Tenía miedo esta vez que el calor del sol la evaporara, pero el miedo le duró poco, el sol se nubló. Pero no vio la noche estrellada, lo que vio fue una cueva húmeda y oscura, y aquel olor nauseabundo un tanto familiar... No tardó en comprobar que se encontraba en el interior de algún ser marino...
No recordaba nada, pero al fin se encontraba liberada...¡Qué hermosa sensación! Y se dejó llevar y ser llevada...Se sentía grande en el enorme mar, llena en el espacio vacío, eufórica en la inmensa soledad... Y notó cómo su cuerpo se fundía con el líquido salado... y cómo se convertía en eternidad.